8 ago 2007

FANFICTION: Mapas Imposibles (FMA) 1/3

Título: Mapas Imposibles.
Autor: LKML
Fandom: Fullmetal Alchemist
Pairing: Roy Mustang/Riza Hawkeye
Tabla: ROYAI 100 Themes
Prompt: #46 All night vigil
Disclaimer: ¿Ven a esa vaca japonesa con lentes y ropa interior roja? Ella es la dueña de todos estos personajes. Yo sólo soy la súbdita que hace todo gratis y sin exigir nada. Por su atención, gracias.
Advertencias: Mustang Team en general; sé que es una tabla Roy/Riza pero los muchachos son tan awesome que no puedo dejarles fuera (y de vez en cuando hay que variar para evitar la monotonía, xD). Esta vez he incluido a Rebecca porque ella es grande; y al pequeño Black Hayate también. SPOILER básicamente desde el principio del manga. Si no han visto la lucha de Lust vs Mustang no deberían leer este fanfiction. Y hablando exclusivamente de la línea de tiempo, está ubicado tres años después del día prometido. :)
Summary: El general Roy Mustang se ofreció a realizar una misión en los bosques del sur al lado de sus mejores subordinados. ¿Cómo terminaron perdidos en medio de aquel lugar contando historias de fantasmas?

Brújulas perdidas y mapas olvidados.
Roy Mustang miró una vez más el viejo y amarillento mapa que sostenía entre sus manos. Aun lo tomaba con delicadeza, a pesar de que su paciencia estaba por llegar a un punto tan alto que podría reducir aquel pedazo de papel en un montículo de cenizas en cuestión de segundos. Levantó la cabeza para encarar a sus cuatro subordinados, parados un par de metros frente a él, y pudo notar la leve molestia que ya se visualizaba en sus cansados rostros.

—Admítalo, General, estamos perdidos —argumentó Heymans Breda con un tono bastante evidente de resignación, mientras se sentaba en una gran piedra mohosa, cerca de un árbol que se levantaba varios metros desde el suelo.

—Ya dije que no estamos perdidos —contestó decididamente Roy doblando el mapa cuidadosamente. Lo metió en el bolsillo interior de su chaqueta para evitar que la fina lluvia lo mojara aun más—, es sólo que no sé en qué parte del mapa nos encontramos.

—En otras palabras: estamos perdidos —a Havoc parecían divertirle sus propias palabras; o quizá la sonrisa que se pintaba en su cara era un rastro de ironía y fino nerviosismo. Mientras se metía una goma de mascar en la boca no pudo evitar lanzarle una mirada retadora a su superior quien le observaba con cierto reproche. Tal y como en los viejos tiempos, pensó.

—Teniente Havoc, cierre la boca o me encargaré de que la próxima vez su paraplejia sea tan permanente que no habrá Piedra Filosofal en toda Amestris capaz de levantarlo de la silla de ruedas.

El general Mustang se escuchaba bastante molesto, y en realidad lo estaba. En ese momento no sabía a quién maldecir más, sí a Grumman por encomendarle la misión, a los diplomáticos de Aurego por exigirla, o a él mismo por haberse atrevido a aceptarla. Se sentía como un cadete perdido en medio de un ridículo entrenamiento rutinario, y eso le hacía sentir peor.

—¡Vamos, general! Si a mí me hubieran dicho que mi primera misión después de reingresar a la milicia iba ser recorrer medio bosque sólo para que usted nos extraviara en él, habría extendido mi incapacidad por lo menos dos meses más.

La voz del teniente no mostraba molestia alguna, de hecho se notaba divertido; estaba jugando. Jean Havoc —quien había quedado paralítico después del ataque del homúnculo Lust— logró recuperarse de su incapacidad con la ayuda de una Piedra Filosofal y un par de años de rehabilitación. Su primera misión después de su regreso a la milicia era esa, la que ahora llevaban a cabo en el sur del país; en los bosques perdidos de South City.

—¡¿Qué deberíamos hacer entonces? —el hilillo de voz que emanaba de Fuery denotaba cierta angustia—. ¡Vamos a morir!

—No sea pesimista, sargento Fuery —Vato Falman colocó su mano en el hombro del joven, quien ya empezaba a morder sus uñas presa del miedo, e intentó tranquilizarlo un poco—. Lo único que necesitamos es mirar dónde se encuentra el sol para ubicar donde está el Oeste. A partir de eso podremos deducir dónde está el Norte y por ende regresar a nuestro punto de partida.

Los cinco hombres levantaron la mirada al cielo sólo para encontrarse con la copa de frondosos y gigantescos árboles por cuyos escasos espacios entre rama y rama se colaban delgadas franjas de luz. El chillido de algún tipo de ave se escuchó a lo lejos como un mal presagio. No existía ni un rastro de la ubicación del sol, que para esa hora ya debería empezar a ocultarse.

—¡VÁMOS A MORIR!

En aquel momento cualquiera podía dudar de la cordura de Fuery, quien ya se había plantado en el suelo húmedo, haciendo un ovillo con su cuerpo.

—¡Sargento Fuery, compórtese! —el general Mustang levantó tanto la voz que las quejas del muchacho cesaron al instante—. Lo primero que tenemos que hacer es reconocer la situación. Y la situación es… que todos nos estamos hundiendo en el mismo barco.

Havoc se plantó frente a su superior con una sonrisa de oreja a oreja. Admitía que extrañaba contradecir a ese hombre que parecía echar humo por la cabeza.

—Pues figuradamente nos estaremos hundiendo en el mismo barco jefe, pero en cualquier caso usted es el capitán.

Roy le miró con cierto desdén.

—Ahórrate tus comentarios infantiles Havoc, tenemos un verdadero problema. —Roy pasó a un lado del soldado y se encaminó lejos del grupo de sus otros tres hombres— Teniente Hawkeye ¿puede venir a ayudarme, por favor?

Riza Hawkeye estaba varios metros alejada de ellos y parecía totalmente ajena aquella escena de derrota. A su lado se encontraba también la teniente Rebecca Catalina y un Black Hayate empapado que se entretenía tratando de atrapar insectos con su hocico.

—¿En qué puedo ayudarlo, general?

—No lo sé. En tranquilizar a Fuery, dispárale a Havoc, convencer a Breda de que no se termine la comida esta misma noche, tratar de que Falman saque a flote sus superpoderes y se convierta en una brújula humana o contacte telepáticamente a las autoridades de la milicia. Haga algo, lo que sea.

Riza le observó severamente pero la mirada que él le devolvió le hizo ver que en realidad estaba desesperado.

—General Mustang ¿mi primera misión con usted y ya estoy extraviada?

Roy miró a Rebecca, a quien parecía no haber visto antes. Por un momento se preguntó qué hacía ella allí pero rápidamente lo recordó y palideció un poco.

—¡Grumman me va a matar!

Tenía algunas razones para temer, pero no suficientes para justificar sus fallos. Poniendo las cosas en orden y mirando en retrospectiva no era difícil recordarlo. Había pasado los últimos tres años de su vida en Ciudad del Este desde donde supervisaba la reconstrucción de Ishval después de El Día Prometido. Muchas cosas cambiaron desde entonces, el nuevo Führer era el viejo Grumman y desde el primer día que asumió el poder se dedicó a fumar la pipa de la paz con las naciones fronterizas. El resultado fue tan satisfactorio que incluso Dracma, su vecino incómodo, firmó un acuerdo de cese al fuego casi de inmediato y ahora exportaban e importaban productos de toda índole. No faltó mucho tiempo para que la general Olivier Armstrong mandara un informe al Führer argumentando secamente que la efectividad de sus hombres en un campo de batalla tan hostil como Briggs podría verse mermada por la pasividad que existía ahora en tiempos de sanas relaciones diplomáticas. Armstrong era una mujer guerrera como pocas, una soldado frívola en busca del equilibrio perfecto entre disciplina y constancia. Durante años vigiló la muralla impenetrable de aquellas montañas, dando la orden de disparar a matar a todo aquel que osara cruzarlas; ahora pasaba sus días vigilando una frontera que por momentos resultaba demasiado monótona y aburrida; pero tenía que resistir un tiempo más si quería ser la sucesora del viejo Grumman, tal y como él se lo prometió unos años atrás.

Aquellas eran las primeras vacaciones de Roy Mustang después de 3 años en el Este. Decidió regresar a Ciudad Central unos días y visitar a su tía en el nuevo bar que inaguró meses atrás; pero antes de eso tuvo que asistir al Cuartel Central para entregar un par de informes al Führer. Fue allí donde éste le comentó sobre un importante tratado con Aurego, el cual se veía truncado porque Grumman se negaba a mandar a todo un batallón a los bosques del sur para recoger un material militar que estaba en medio de aquella maleza. Y es que, para que el reino de Aurego aceptara el acuerdo comercial que estaban por firmar, pedían a cambio el regreso de un pedazo de territorio que Amestris les quitóo hace más de 80 años. El nuevo líder de la nación no quería aquel pedazo de bosque, lo admitía, pero tampoco podía cederlo fácilmente pues sabía que allí existía un búnker usado por los soldados de Ciudad del Sur durante los años de la última guerra, y que contenía información confidencial y clasificada que, en manos de un ejército enemigo, resultaría demasiado peligroso. Roy Mustang se ofreció a la misión con la única intención de ganar méritos frente a su superior, y el anciano lo sabía; quizá por eso no lo detuvo en sus intenciones.
Para hacer mucho más sencilla su tarea le dio la orden de no recoger el material que estaba allí, pero sí destruirlo, pues para eso no necesitaría un batallón sino sólo un puñado de hombres. Riza Hawkeye, como su asistente, lo acompañó hasta Central a entregar el trabajo pendiente y el resto de sus muchachos se encontraban en el Este, un par de llamadas después sus subordinados estaban totalmente dispuestos a participar en la misión, 'para recordar viejos tiempos' según dijo Falman, quien viajó desde Briggs hasta el Este para pasar unos días con su familia. A la tarea también se apuntó Havoc quien recientemente se reincorporó a la milicia después de años de rehabilitación. Su objetivo era distraerse la mayor parte de sus días pues así el abstencionismo a la nicotina sería más llevadero. Por su parte, Grumman le solicitó a la teniente Rebecca Catalina que les acompañara para posteriormente realizar un informe sobre la misión, archivarla y darla por concluida. La tarea en su totalidad debía estar terminada en un lapso no mayor de tres días, con expediente redactado y revisado. Pero sólo llevaban seis horas caminando por la espesura del bosque y ya estaban perdidos. La culpabilidad era —hasta cierto punto— de todos, pues desde el principio desobedecieron todos los lineamientos militares y las precauciones que se toman en misiones como esas. Empezando por el hecho de que todos iban vestidos de civiles y no con uniformes. Además el material que el ejército les proporcionó quedó olvidado en algún rincón del cuartel militar de Ciudad del Este. Tal material consistía en radios de corto alcance, mapas, brújulas y víveres. Breda justificó semejante olvido argumentando que él pensaba que todo eso les sería entregado en Ciudad Central porque estaba 'más cerca del sur', mientras que Havoc se escudó bajo los efectos de la falta de nicotina en su organismo. Falman y Fuery, por su parte, perdieron la credibilidad en sí mismos pues no entendían cómo habían sido tan distraídos al no percatarse de la ausencia de los materiales de trabajo y la poca seriedad de sus otros dos compañeros.

Lo único que tenían como guía era una carpeta vieja y amarillenta en cuyo interior se leía un informe militar escrito 80 años atrás y que incluía un horroroso mapa que parecía dibujado por un niño de 4 años. Simples garabatos, era lo que más se acercaba a la descripción.

Roy Mustang suspiró con resignación frente a Rebecca, mientras ella sacaba una libretilla de su bolso y destapaba el bolígrafo con su boca. Ya se imaginaba qué clase de cosas escribiría la teniente en su informe. Reclamarle no serviría de nada, era su trabajo.

—No puedo creerlo, general, nos ha guiado a un bosque recóndito cerca de territorio enemigo —vociferó la mujer sin despejar la vista de lo que estaba escribiendo.

—Lo siento, teniente —argumentó dolido. Tenía que justificarse con ella, estaba más cerca de Grumman que cualquiera de sus propios subordinados.— El lado bueno de todo esto es que Aurego ya no es nuestro enemigo, así que técnicamente podemos estar tranquilos si por error llegamos a cruzar su frontera.

Su mueca optimista desapareció después de ver la fulminante mirada que ella le dirigió. Podía jurar que echaba chispas.

—General, no portamos uniforme y podría jurar que ni siquiera tiene una credencial que lo acredite como un alto mando dentro del ejército. ¿Me equivoco? —Roy rebuscó tímidamente entre sus bolsillos aunque sabía de antemano que no tenía ningún tipo de identificación. Ella continuó—: No creé usted que es demasiado sospechoso que siete civiles se adentren a lo más oscuro de un bosque sólo para acampar.

Él se limitó a encoger los hombros.

—Podríamos decir que nos extraviamos.

—Es imposible explorar esta zona sin un guía.

—Diremos que lo perdimos.

—¡¿Cómo vamos a perder a un guía?

—¡Nos atacó un oso y todos corrimos despavoridos!

—¡¿Excepto el guía?

—Tal vez el oso tenía preferencia por los guías.

—¿Está bromeando, general?

—Depende si eso me quita o me añade puntos.

Rebecca negó con la cabeza con una falsa resignación y se dirigió al lugar donde Riza se encontraba. Detrás de ella Black Hayate la seguía con obediencia.

—Riza, recuérdame qué demonios hago aquí —escupió la joven teniente al llegar al lado de su amiga, mientras intentaba hacer que sus pies se desprendieran de tanta maleza.

—Ganando méritos, Rebecca.

Riza Hawkeye estaba algo ocupada tratando de explicarle a Fuery que aquella situación no era el fin del mundo, además de intentar —hasta ese momento en vano— de devolverle la confianza en sí mismo, mientras él argumentaba que el error que cometió, al no cerciorase de la falta de material, era indigno de un soldado y que al regresar a Ciudad Central le pediría formalmente al Führer una sanción, suspensión o degradación. Cualquier cosa para enmendar el daño.

—No seas ridículo, Fuery —aseveró Breda luego de levantarse de la piedra donde se había sentado minutos atrás—. ¡Hey, Falman! ¿Qué demonios haces tan lejos? ¿Nos quieres abandonar?

Vato Falman estaba ya a varios metros del grupo, observando el boscoso escenario que tenía frente a él.

—Claro que no los quiero abandonar —exclamó el soldado tranquilamente—. Solo estoy reconocieron el terreno.

Breda se dirigió hacia él con cierta curiosidad tratando de disimular el pavor que le provocaba tener a Black Hayate tan cerca de él.

—¡Oh vamos, Falman! No importa cuánto camines, aquí únicamente hay árboles gigantes más árboles gigantes detrás de esos otros árboles gigantes.

Falman sonrió.

—Lo sé, teniente; pero probablemente encontremos en el suelo un indicio que nos haga sospechar que cerca de aquí hay asentamientos humanos.

—¿Algo así como cuerpos en descomposición? —la mueca de asco en la casa de Breda lo decía todo.

—¡Claro que no, teniente! Me refiero a plásticos, recipientes, fierro, armas. Objetos usados por personas que estuvieron aquí antes que nosotros.

—Y que sobre todo hayan salido con vida.

—¡Ustedes dos no se alejen demasiado! —gritó Roy al ver que ambos militares ya superaban los 20 metros del grupo—. Algo peor que perder a un guía ficticio es perderlos a ustedes.

—Eso debía pensarlo antes de permitirnos continuar con la misión, general —le indicó Hawkeye con absoluta seriedad.

—No me culpe en este momento, teniente.

Havoc se ubicó en medio de Roy y Riza antes de dirigirse al general.

—Jefe, crecí en los campos del Este. En nuestra escuela nos enseñaron cómo actuar en situaciones peligrosas como estas, ¿quiere que le muestre?

Roy le miró unos segundos con el gesto más neutral que su paciencia le permitía.

—Teniente, somos soldados, nos entrenaron para sobrevivir en situaciones como estas.

—Pues no parece, eh. Ya va a oscurecer y usted todavía no usa su alquimia para redescubrir el fuego.

La sonrisa sarcástica en el rostro de Havoc empezaba a colmar los ánimos del alquimista. Miró detrás del hombro de su subordinado para lograr ver a Riza, quien se encontraba detrás del teniente, como si con ese acto le pidiera permiso expreso a ella para poder golpearlo. Riza negó con la cabeza.

—Bien, vamos a intentar encontrar un refugio —declaró el joven general—. La noche caerá pronto y la temperatura bajará drásticamente. Prenderemos una fogata y… Breda más te vale que no te hayas comido todo el alimento que traías en tu mochila.

—Se moderarme en momentos como este, señor.

Roy agradeció el gesto con una ligera reverencia.

—Ya mañana veremos qué hacer.

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