3 dic 2012

Este desvarío es por culpa de la Navidad...

En los jardines del seminario de Mazatlán. (Diciembre 2011).
Minimizar ventana. Inicio. Todos los Programas. Microsoft Office 2010. Microsoft Word. Acomodar los márgenes. Fuente Verdana #10. Y a escribir. 

He decidido hacer un paréntesis a mi trabajo vespertino de escritora empedernida de fanfiction para actualizar mi blog; y como justificación he puesto el árbol de navidad. 

Le he prometido a mi papá que éste fin de semana, cuando regrese a casa, ya habrá un pinito luminoso para recibirlo. No quiero mentirle; es mi padre y se merece un pinito. Eso sí, me da una pereza titánica ponerlo. Quizá con 24 años ya me estoy haciendo vieja o quizá sea al hecho de que ahora mi día comienza a las 4 ó 5 de la tarde porque antes de eso duermo y trabajo, y el tiempo se va aun suspiro muy tonto y monótono. Qué se yo. Lo que sí sé es que ya es 3 de diciembre y en esta casa no hay ni un leve rastro de la navidad y eso, hasta cierto punto, me deprime. Eso y el clima. (A quién le gusten los otoños de 35°c puede ir a pararse al paredón y esperar su inminente fusilamiento. Prometo que la agonía no será muy larga; no hay fila).

Durante muchos años el pino artificial de nuestra casa se erguía mientras el zócalo de la Ciudad de México se inundaba de soldados que desfilaban al compás de himnos bélicos y los habitantes de mi Escuinapa se arremolinaban en las calles principales para ver desfilar a niños de caras largas que apenas entendían lo que era el patriotismo. Era mi particular forma de ir contra corriente. Un 20 de Noviembre navideño. Entre Villa, Zapata, Díaz, Madero, Santa Claus y Rodolfo el reno. Entre Diana Antigua y Adeste Fideles. 

Algo ha cambiado desde aquellos tiempos. Dejé de poner decoraciones en las mañanas y pasé a hacerlo en la tarde/noche. Cuando la casa estuviera más sola. 

Desde hace tres años aquello cambió otra vez. La decoración del árbol giraba en torno a la fecha de lanzamiento de la canción navideña que The Killers sacaba cada año (y lo sigue haciendo). Fue una tradición particular nacida de la más absoluta espontaneidad. Así, en diciembre del 2009 decoré el altar que mi mamá le tenía a la virgencita en la entrada de nuestra antigua casa con los acordes de “Happy Birthday Guadalupe” y fue divertido. 

Aquello se convirtió en una rutina encantadora. También coincidía que mi mamá estaba fuera de la ciudad en esas fechas y aprovechaba para poner todos los adornos desde las 10 de la noche a las 5 de la mañana. Era un horario absurdo y amanecía en un estado tan soporífero que en una ocasión mi hermano tuvo la obscenidad y el atrevimiento de decirme que era lo más cercano a un zombi que había visto jamás. Un zombi navideño y feliz. 

Para sobrevivir a aquel ridículo reto solía drogarme con dulces y café hasta que amanecía y creaba tres listas musicales en mi teléfono celular para que sonaran de manera aleatoria. Todos eran temas navideños y de diversos artistas e idiomas. Así pasaba de The Killers a Mijares y de Daniela Romo a Andrea Bocelli. Y créanme que funcionaba. Eso que cuando el sol amenazaba con salir yo ya estaba más dormida que despierta y me imaginaba a todos esos artistas subidos en un escenario cantando “Susanita tiene un ratón”

Lo cierto era que tenía una canción para cada acción que realizaba y al final terminaba por dejar fija la lista de canciones navideñas de The Killers y rayarlas hasta que la batería del celular agonizaba. A la hora de poner el Nacimiento siempre recurría a “Joseph, better you than me” (José, mejor tú que yo) para amenizar el momento. La figura de José, el padre del hijo de Dios, siendo reivindicada en una canción (“tú eres un hacedor, un creador; no sólo el padre de alguien”). Es la nostalgia más pura hecha canción y admito que cuando brota aquello de “Y el desierto es un infierno para hallar el paraíso. Cuarenta años perdidos en la jungla buscando a Dios. Y tú escalas hasta la cima de la montaña mirando hacia la ciudad donde naciste. En los años que te fuiste te di tiempo de sentarte y reflexionar…” aun se me eriza la piel. 

Aun recuerdo a mi hermano asomándose de la habitación mientras yo limpiaba las esferas y los adornos, y de las bocinas brotaba la voz del vocalista suplicándole a Santa Claus que no le disparara. Porque entre “Joseph, better you than me” y “Don’t shoot me, Santa” hay un universo entero de distancia y uno pensaría que los dos temas no podrían ser de la misma banda. 

Aun tengo ese disco de The Killers con todos sus temas navideños. Cada año lo renuevo con el nuevo tema en cuestión. En el 2011 incluí "The Cowboy's Christmas Ball" y de pilón agregué la canción “Magdalena” de Brandon Flowers, el vocalista de la banda. “Magdalena” no es un tema navideño, pero le tengo un cariño especial y por una extraña razón a mi me huele a navidad. La canción en realidad habla de la peregrinación religiosa que realizan los habitantes de Nogales hasta Magdalena de Kino en el estado de Sonora para venerar a San Francisco Javier. Su festividad es hoy, precisamente, el 3 de diciembre. “De Nogales a Magdalena hay 60 millas de camino sagrado y una promesa hecha a los que se aventuran, San Francisco levantará tu carga” dice la canción. Lo hermoso de este tema es el hecho de que sea un mormón practicante quien lo cante. Un mormón que varias veces ha expresado su admiración por México y su genuina devoción por los santos a los que venera con tanto fervor. “En la tierra del viejo Sonora, hay un río poco profundo que llora. El verano la dejó sin su perdón y se refleja en los ojos de sus hijos. Hijos pródigos e hijas rebeldes llevan mandas que podrían liberarlos de las profundidades de las tinieblas y renacer de nuevo a la luz de las velas…” y para rematar añade “Y si caigo en la tentación cuando regrese por aquellos caminos malditos, de Nogales a Magdalena, como un doble mendigo, iré a dónde sé que puedo ser perdonando: al corazón roto de México… al corazón roto de México”

Dejemos a The Killers a un lado (tengo una cita con ellos el próximo abril así que hay una obsesión en mi que no puedo evitar, lo siento). Éste año ya han estrenado su tema navideño y yo sigo aquí, tecleando, rompiendo tradiciones de tres años mientras trato de pensar dónde dejé el pino artificial cuando nos mudamos. Creo que está debajo de la cama. Creo, aquí, es la palabra clave. Buscar debajo de la cama podría ser peligroso. ¿Para qué quieres un ático o un sótano cuando tienes un ‘debajo de la cama’? Su capacidad de almacenamiento es infinita. Todo cabe ahí. Es como un agujero negro o el bolso de una mujer. Y las tres cosas tienen también el mismo problema. Una vez que algo entra es muy difícil descubrir cómo lograr traerlo a nuestro mundo. 

Mi tarea de esta semana será precisamente esa: rescatar el arbolito del ‘debajo de la cama’. Lo demás será sencillo. Sé dónde están las esferas, los foquitos y los adornos navideños. Sé que lloraré como quinceañera con desequilibro hormonal cuando pruebe las lucecitas que compré el año pasado y funcionen sólo 150 de las 300 que son, después de haber pasado 15 horas tratando de desheredarlas. Maldeciré por lo bajo el tener que ir hasta el centro para comprar otra extensión de luces que dejará de funcionar doce meses después. Pero eso es lo que hace la navidad ¿no? El consumismo llega desde la hora de poner el pino. 

Diciembre es el mes de Jesús de Nazaret, de Umi y de Maru; estos dos últimos de Escuinapa. Es cumpleaños tras cumpleaños. Mi santísima trinidad de diciembre. Umi quiere huesos de carnaza, me lo ha dicho esta mañana. Maru quiere jamón de pavo. Jesús quiere oro, incienso y mirra. A los dos primeros les dije que les compraría lo que pudiera, al tercero le dije que se esperara a la cuesta de enero. Un trío de reyes vendría de Oriente a traerle esas cosas tan específicas. 

Umi nació un 17 de diciembre del 2002. Era una bolita negra que se confundía entre tanto cartón café. Junto a ella nació Kenny, su hermanito. Umi tiene ya nueve navidades a sus espaldas. Ésta será la décima. Ella es la que me anima en la titánica tarea de armar el árbol. Le fascina observar. Kenny era diferente. Él se acercaba al pino y empezaba a comer sus ramas artificiales. Según él se estaba purgando. Y funcionaba, eh. Al día siguiente tenía una diarrea monumental donde abundaban las tiras verdes del pino. 

Maru nació el 23 de diciembre del 2011 en medio de los preparativos para la cena de Noche Buena en la casa de una familia que se toma muy en serio todas las fiestas del año. Festejan el puente Guadalupe-Reyes por todo lo alto, con todo y sus posadas. Maru y sus hermanitos nacieron ahí, en un pesebre de cartón, custodiado por otros gatos y un par de chihuahuas que miraban la escena desde su casita de madera. Entre villancicos y música de banda. Entre globos que reventaban y serpentinas de colores. Entre cartones de cerveza y Coca-Cola. Le guardo mucho cariño a esa casa. De pequeña me perdía por aquel inmenso patio que jamás logré explorarlo todo porque siempre tuve miedo que sus fauces me comieran. Aunque Maru nació en víspera de Navidad jamás en su vida ha visto un arbolito. Cuando llegó a nuestra casa éste ya había sido guardado y de él no quedó ni la sombra. Tengo bastante curiosidad por ver su reacción cuando le enseñe las esferas, cuando vea el pino por primera vez y encienda las lucecitas frente a sus ojos. Sé que le gustará. Mi gato ama las luces que van y vienen. De hecho tiene la fortuna de que la casa de enfrente la asalten cada tres días porque cuando llegan los policías con sus torretas prendidas corre emocionado a su encuentro. Y cuando Maru se emociona corre de lado. Resulta bastante gracioso de ver pero también bastante bizarro. Me gustaría ver su expresión una vez que el pino esté montado y encendido. Ya me vi intentando ponerle restricciones a sus acciones: “Mira enano, éste es un pino de Navidad. No es el árbol de enseguida. No es un árbol de mango y sus ramas no se comen. No intentes escalarlo porque se te caerá encima, quedarás empalado, provocarás un corto circuito y la casa arderá en llamas junto con Troya, Pompeya, Narnia y Mordor, ¿vale? Tampoco es una Torre de Babel como para que intentes llegar a la cima. No necesito otro idioma para no entenderte, con tu lenguaje gatuno es suficiente” y sé que él me mirará con sus ojos dorados, quizá bostezará, observará el pinito un momento y después le pegará una patada a la primera esfera roja que tenga cerca. Así son todos los gatos del mundo mundial ¿no? 

Otro problema (y quizá el más grave): ésta casa parece una oda al polvo. Todo se ensucia. Todos los días. Pondré el árbol y sé que a los dos días estará tan sucio como para echarse a llorar. ¿Cómo limpias un pino una vez que ya tiene todos los adornos? ¿Lo dejo así? ¿Sucio? Pablo Neruda se preguntaba “¿Hay algo más triste en el mundo que un tren inmóvil bajo la lluvia?” y yo le respondería ¿Acaso hay algo más triste en el mundo que un sucio árbol de navidad en Noche Buena? Algo de la Navidad muere cuando un árbol se ensucia. La esperanza también se mengua por culpa del polvo asesino. Ya veré yo qué me invento para evitar la tierra. 

Difícil será también poner el Nacimiento. ¿Cómo le digo yo al asno y al buey que el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica ha dicho que ellos no estuvieron en el nacimiento de Jesús? ¿Cómo se los digo sin que se me caiga la cara de la vergüenza? Igual, yo los pondré. Pero eso no impedirá que queden anulados la mitad de todos los villancicos. Qué vergüenza. Aunque ya todos sabemos que los villancicos no son cantos de los ángeles, y algunos, inclusos, suenan bizarros y hasta fomentan algún vicio: “Dame la bota, María, que me voy a emborrachar” se escucha en La Marimorena. “Si quieres también te paso los cigarros, eh” le diría María con gesto indignado. 

En fin, que estos son mis dilemas. Esta semana me haré a la tarea de poner el arbolito mientras tomo un café o un chocolate abuelita, como galletas Maravillas y pongo mis discos de villancicos junto a Umi observando todo y Maru tirando las esferas que voy colocando. Mientras tanto continuaré con mi fanfiction que habla de detectives consultores y niños decapitados vestidos de ángeles. (WTF).

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