20 sept 2013

Sinaloa, la pitahaya redonda en emergencia.

Entre Mazatlán-Escuinapa.
Yo crecí en aquellas calles y recorrí todos esos caminos, ¿los ves? Ahora los ríos se han desbordados y los mares se han salido. Es la Sinaloa devastada, la tierra donde se forjó mi vida y donde inventé mis sueños. Aquella que, para bien o para mal, me hizo ser lo que soy hoy. Ahí vive esa gente a la que aprecio, esas que me regalaron un sin número de experiencias y me enseñaron momentos que recordaré toda la vida. Esas personas con las que sólo me tope un instante en la fugacidad de nuestro tiempo. Desde Guasave hasta Angostura, desde Culiacán hasta Mazatlán, desde Escuinapa hasta la Isla del Bosque y después hasta Teacapán. Cada pequeño rinconcito de Sinaloa me ha visto crecer, ahí he dejado instantes preciosos y dolorosos por igual. Ahí he dejado amigos verdaderos que seguramente poco recuerdan quién fui y vecinos entrañables que no dudaban en poner un poquito de fe en mi locura. Ahora pienso en ellos y me pregunto dónde están, ¿estarán bien?



Recuerdo el abarrote de mi infancia en La Reforma, Angostura, el carro que pasaba vendiendo tortillas, el señor amable del carrito de helados, la vecina esquizofrénica que hablaba idiomas imposibles y la carnicería olvidada de al lado. Recuerdo aquella pareja ciega que tuvo más hijos ciegos y vivían en una casa pequeña, pobre y humilde a los pies de un árbol enorme que se rendía perezoso ante su ceguera. Recuerdo el árbol de tamarindos en una bodega destruida y el de naranjitas de la casa detrás de la nuestra; donde aprendimos a escalar paredes para poder alimentarnos. Recuerdo los perros dálmatas de nuestro vecino y su empeño en permitirnos jugar con ellos por unas horas. Recuerdo mi escuela Leyes de Reforma, con Benito Juárez estampado en el escudo, el amarillo intenso de la camisa de nuestro uniforme, y el enorme tanque de agua que se elevaba metros y más metros sobre nuestras cabezas. Los desfiles épicos del Día del Marino, las pirámides humanas que hacían los integrantes de las Bandas de Guerra. Recuerdo lo mucho que se inundaban sus calles los días de lluvia y el lodazal que permanecía en cada rincón del pueblo días después de la tormenta. Ahí viví mi primer huracán, aquella vez que nos quedamos sin energía eléctrica por días y tuvimos que acampar todo ese tiempo en la cochera de nuestra casa para no morir de calor ahí dentro. Recuerdo que las noches más estrellas de mi vida las vi ahí; en la frontera de toda civilización. En La Reforma de mi infancia. Recuerdo nuestros constantes viajes los fines de semana a Guamúchil, Angostura, a El Llano, a El Bonete, a todos esos poblados con hectáreas y más hectáreas de interminables sembradíos. De girasoles rindiéndole pleitesía al sol, de caminos arbolados hasta el infinito. El amarillento color de los maíces sembrados; el frijol, los tomates. Los caballos, las gallinas, las vacas, toros y ovejas. Recuerdo cómo había veranos gentiles con el campo e inviernos implacables que quemaban la siembra; y el humor de los campesinos cuando la cosecha no era demasiado buena. Sus enormes banquetas, sus calles sin grafiti, la gentileza de la gente que te saludaba por las calles sin conocerte.   

Recuerdo las calles de mi Guasave y el camino que mi hermana y yo recorríamos a diario de regreso a casa. Los helados de vainilla afuera de la escuela Carmen Serdán, la calle que vimos pavimentar y lo que nos encantaba jugar con los cerros de arena cuando pusieron los nuevos conductos de agua. El inmenso patio de la escuela donde se instalaban circos y helicópteros por igual, la frontera del Este donde vivía un señor gruñón, la frontera del Oeste por donde se colaba el aire acondicionado de Plaza Ley. La señora buena que vendía churros en la salida. El guardia desconocidos que me ayudó a encontrar a mis papás aquel día que me perdí en el centro comercial y creí que me habían abandonado. La tienda de la esquina y la familia que la atendía. Mis últimos amigos. Las mañanas de invierno de bufandas y guantes, y el calor reconfortante del carro de papá. El OVNI que pasaba siempre a las 7 de la noche. El chupacabras, los balazos, el arroyo que se veía desde el segundo piso y el pino gigante de navidad de la CFE que se veía desde el 1 de diciembre. Los hot cakes del mercado y el chocomilk de las mañanas después de ir a misa.  


Mazatlán, Sinaloa.
Recuerdo el breve periodo de mi vida en Mazatlán y lo deprimente que me resultó vivir sola ahí por primera vez. Ni la belleza del mar a mis pies todos los días, ni la bondad de la gente, hizo que me enamorara de la ciudad donde nací. Aun así, adoro el malecón y los atardeceres increíbles a la orilla del mar y la neblina que cubre la playa los fríos inviernos. Adoro el bullicio del centro y el desnivel inverosímil de sus calles. La joya de la Plaza Machado y el Teatro Ángela Peralta. Y ese señor que le canta canciones al mar para que no se salga.

Recuerdo a diario mi odio hacia Culiacán en verano. Lo insoportable que resulta para mí respirar su aire y caminar por sus calles. La pesadez de la gente y la pesadez mía cuando el clima y los periódicos nunca traían portadas optimistas. Los camioneros suicidas y la flojera de las mañanas por ir a la escuela. Las personas sentadas en las escalinatas de la catedral y la mujer anciana que pedía limosna todos los días a las afueras de un banco. El señor mayor que vendía galletas a un lado de la escuela de Veterinaria junto a su perro. Su precioso Jardín Botánico, su increíble Centro de Ciencias, su meteorito estelar desafiando al planeta Tierra. 

Recuerdo a todas esas personas con las que me he topado a diario desde entonces en todos esos lugares, todos esos poblados, todas esas ciudades. Desde mis maestros hasta los amigos de mi infancia; desde vecinos hasta gente de buen corazón. Mi familia, la del norte y la del sur. La de Sinaloa. La de los ríos desbordados y las presas llenas. Para ellos no quiero tragedias, para ellos no quiero casas inundadas, ni vidrios rotos, ni avenidas dañadas, ni arboles caídos. Para ellos ni para nadie. Esa gente hoy necesita nuestra ayuda y desearía darles hasta mi existencia. Desearía que no les roce ni una sola gota de ningún huracán enfurecido, pero no puedo (y no pude) protegerlos de todo; ni construir un muro que impida que les toque el viento.

El huracán y la geografía del terreno fue generoso con mi familia en Culiacán, pero existen muchísimas (MILES) personas que no tuvieron esa suerte, para ellos va mi solidaridad los días venideros. Para ellos va mi ayuda, y mis deseos y mis esperanzas.  

Ahora, un mensaje para el resto: Estamos en septiembre, ¿qué mejor forma de conmemorar el mes patrio que ayudando?

DIF Sinaloa dice que estas son las cosas que necesitan con mayor urgencia. En los DIF de cada ciudad están recolectando estos víveres y ellos se encargarán de saber a qué lugares enviarlos: 

  • Leche en polvo
  • Agua embotellada
  • Enlatados (como atún o maíz)
  • Sopas instantáneas 
  • Harinas de trigo y maíz
  • Alimentos no perecederos
  • Gasas
  • Vendas
  • Desinfectantes de heridas
  • Suero
  • Alcohol
  • Agua oxigenada
  • Gel antibacterial 
  • Jabones neutros 
  • Pasta de dientes 
  • Cobijas
  • Ropa
  • Artículos de limpieza para el hogar (cubetas, franelas, escobas, cepillos, jabón)
  • Artículos de higiene personal (papel sanitario, toallas femeninas, pañales)

Aquí encuentran una lista de todos los centros de acopio para víveres del estado de Sinaloa. Incluye la dirección de cada uno al igual que su número de teléfono. ¿Quieren mi consejo? Pregunten antes de donar, existen ciertos víveres que la gente lleva con mayor frecuencia que otros, si hay un exceso de esos productos es posible que tengan que deshacerse de ellos o dejarlos para darle preferencia a otros. O quizá nunca sean enviados. Ya sabemos que eso ha pasado antes y la gente se queja mucho por el desperdicio de productos. 

El periódico Noroeste, por su parte, abrió sus oficinas en Escuinapa, Mazatlán y Culiacán para recibir donativos de sus habitantes, pero no mencionan qué clase de cosas necesitan. Por aquí la información

Cáritas Culiacán pone a nuestra disposición esta información:



Y por último, la Cruz Roja Mexicana NO TIENE CENTROS DE ACOPIO EN ESTE ESTADO, así mismo lo han expresado en la página web de Sinaloa. Los únicos lugares donde están recibiendo víveres es en Tamaulipas, Guerrero y el DF; nada más. Sin embargo piden ayuda económica. El número de cuenta para donar es 0404040406 SUCURSAL 683 BANCOMER.


Teacapán, Sinaloa.


¡ÁNIMO, SINALOA! ¡SIEMPRE ADELANTE! 

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