5 ago 2014

La vida es una tómbola, tó, tó, tómbola...

¿Hola?
¡Por fin he regresado! Julio ha sido un mes olvidable. Hay mil motivos para ello pero ninguno digno de mención; pero los mencionaré igualmente xD.

A veces me convenzo a mí misma de que soy normal, ¿vale? De que no tengo ningún problema para salir ahí afuera y enfrentar al mundo. Lo cierto es que no es así y cuando todos los problemas se alinean uno a uno para darme una bofetada en la cara así tal cuál, es cuando termino con un colapso mental memorable, épico e inolvidable.

Las vacaciones del resto de los mortales no son mis vacaciones, así que es en esa época cuando más me toca trabajar. No es un trabajo extenuante; es cansado, eso sí. Agotador para mí hasta decir basta. Si a eso le añadimos mi intolerancia al calor, la ranciedad de la gente, la ausencia de la paciencia en mi querido pueblo camaronero, junto con la presión, el agobio y la jodida gripe que nunca falla pues básicamente yo era una bomba de tiempo a punto de estallar. Eso fue tooooodo julio. Un mes que me ha parecido asqueroso y pegajoso hasta decir basta y al que me apetece enterrar a diez metros bajo tierra y muy fuera de mi vista para toda la eternidad.

Aunque en Camarolandia City hace calor hasta muy entrado noviembre, agosto es el mes en el que los días más ardientes se despiden y poco a poquito el horror va menguando. Además, técnicamente es en esta época del año en la que comienzan las lluvias en este rinconcito del mundo y todo me parece maravilloso aunque sea mentira. Una ilusión. Un sueño. Pero yo vivo muy pancha creyéndolo, déjenme. :D Y de pilón, es en este mes cuando se terminan las vacaciones para muchos y… everything is awesome! Volvemos a la rutina de siempre. Las rutinas me gustan, son perfectas y seguras. Siempre lo mismo, una y otra vez.

Y lo triste de esto es que terminé exhausta de julio y mirando en retrospectiva creo que no hice nada que lo justifique, por eso comencé a tope con agosto. Una vez que las visitas se fueron y la casa quedó semi vacía, sacrifiqué estos últimos tres días para darle una limpieza memorable que no pienso volver a realizar hasta diciembre del año que viene, justo antes de poner el pino navideño. Para bautizar el momento una abeja moribunda decidió picarme la planta del pié derecho (y le pido a cualquier supersticioso que se dé la media vuelta y se vaya por donde vino porque no lo necesito). Ahora la herida en cuestión me da unos piquetes que para qué les cuento. Mejor dejémosle ahí.

Hace 30 días tenía pensado escribirle una opinión personal muy digna al libro de Markus Zusak que me compré hace dos meses pero toda la inspiración se desbordó por mi cabeza por el estrés que traía a cuestas y al final he decidido postergarlo para una segunda lectura que seguro caerá antes de que termine este año porque la historia me ha parecido preciosa. :3 El estrés de estas semanas pasadas también provocaron que se me quitaran las ganas de leer Los viajes de tuf y que votara al cajón El viento de la Luna, un libro que me estaba pareciendo una ternura en su cotidianidad. Ya lo retomaré los próximos días. Ponerme al orden que las series que he dejado relegadas hasta nuevo aviso es una de mis prioridades también, que ya se están acumulando y me parece fatal. Así que, mientras trato de acoplarme otra vez a la rutina me dedicaré a perder el tiempo las últimas horas de el día de descanso que me quedan. Adiós :D 

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